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ESCRITOS

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13° AL ESTE: OTRAS NARRACIONES QUE EMERGEN

Esta muestra competitiva es una selección de películas cortas peruanas de distintos géneros y narrativas. Una muestra variada, sí, cuya característica no tendría por qué hacerla interesante per se. Pero no nos adelantemos tanto.


Antes de entrarle a las películas, me parece importante mencionar a Nicolás Estremadoyro y Jaro Adrianzén como los programadores responsables de esta sección.



PERO AHÍ ESTAMOS de Julio César Gonzáles


Julio César Gonzáles es un nombre conocido en la militancia audiovisual, sea por Tomate Colectivo, DocuPerú o Maizal Colectivo. Su cámara ha registrado incontables marchas y protestas tal cual una primera línea audiovisual. Pero ahí estamos no abandona el compromiso social asumido integralmente en su trabajo, pero explora un poco más los recursos expresivos del documental autoral, como found footage de eventos históricos que aportan contexto a algunos recuerdos, carteles evocativos que ordenan los capítulos del corto, uso de música extradiegética como cánticos que expresan un estado de ánimo combativo que es la intención discursiva del documental, efectos visuales de transición que sacuden un poco el relato y una distancia narrativa del tono reporteril habitual en documentales de tema político. Diganme cinéfilo con tono apestoso, pero para mí esas exploraciones expresivas marcan un paso hacia adelante en el trabajo audiovisual de Gonzáles.


Pero ahí estamos sigue a Porfiria Peña Garcia, mujer fuerte, rondera, curandera y tarotista, que vive en la provincia de Huancabamba en Piura, al norte del Perú, si es que hay algún extranjero mirando estas líneas. Mediante una entrevista que le hace la comunicadora y realizadora Amanda Gonzáles (La cantuta en la boca del diablo, 2011), Porfiria comparte algunas de sus memorias de lucha y resistencia contra las amenazas sobre su territorio en el páramo altoandino que el extractivismo pone en riesgo desde que se implemenatran las políticas neoliberales de Alberto Fujimori. El registro del cotidiano rural de Porfiria dice poco de su perfil militante y son las imágenes de archivo más alguna anécdota suelta —principalmente sobre su llegada a la marcha de los Cuatro Suyos (2000) convocada por Alejandro Toledo contra la dictadura de Fujimori, disculpen si parezco muy viejo aclarando ello— lo que la definen como una mujer combativa.

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Hacia el final, detrás de un filtro de contraluz, fotos blancoinegro de diversas protestas en defensa de la mina remarcan el propósito militante de la película. Las imágenes pueden agitar también evocando un deseo, aspirando a mejores tiempos.

PARAFINA, de Fabiana Custodio y Fátima Tejada



PIANO de Mariana Osores


Piano luce en técnica de animación stop motion lo que adolece en argumento. Un joven recientemente desempleado decide atender las señales de su inconsciente que le piden volver a tocar el piano que tiene en su habitación casi como escritorio o mueble de trapos sucios. Entonces vuelve a tocarlo y de inmediato viaja imaginariamente al cielo, al fondo del océano y es feliz de nuevo. Todo con musiquita pianística de fondo, interpretada por Alejandro Castañeda Rieckhof, que reafirma la ilusión del personaje. Y fin.


Piano carga un mensaje optimista que invita a vivir felices de lo que amamos hacer. Imposible estar en desacuerdo con ello, incluso para los renegones como yo. Si bien la trama es muy simple, los detalles en el diseño del espacio, los colores que lo decoran y el dinamismo pormenorizado en los movimientos de las acciones denotan talento y oficio por parte de la también artista visual Mariana Osores. Además de técnica, el cine también es trabajo, y cuando se nota provoca un confortable gusto.


VIENTRE VACÍO de Silvana Alarcón Sánchez


Silvana Alarcón Sánchez presentó otro trabajo suyo en la selección Experimentaleste de este mismo festival titulado La última pieza del que escribí unas líneas. ¿Qué más puedo decir? Aunque hay muchos que piensan lo contrario, yo encuentro estupendo que los realizadores noveles sean prolíficos y apuntalen un estilo con su propio trajín. Que le sigan metiendo.


Vientre vacío es un ensayo autobiográfico más artesanal que La última pieza y coincidentemente más visceral y arrebatado. Está totalmente entregado a su manifiesto. Por otro lado, no sé si más personal —porque con La última pieza reconstruye la memoria fotográfica de su querido abuelo y también participa ella como personaje con su propia voz y pensamientos— aunque sí más carnal e íntimo. Como que pese a sus intenciones poéticas, no se guarda nada.


En un ritmo in crescendo y con un tono cada vez más enfático, Silvana, a través de alegorías visuales quizás un poco trilladas (como la copa de vino y la sangre, o la desnudez y el contacto con la tierra como analogía de natura) se plantea problematizar sobre su propia liberación emocional y corporal de condicionamientos sociales basados en la autorepresión y los buenos modales, inútiles ante las necesidades fisiológicas o necesidades emocionales imposibles de soslayar cuando afloran, cuando erupcionan.


Este autorretrato fue producido en el Taller de Creacion de Cine Autobiográfico Hecho por Mujeres en Chile el 2021.


EL MOTOR Y LA MELODÍA, codirigido por Manuel Antonio Monteagudo y Juan Antonio Limo


Otra obra de animación con mensaje. Esta vez ecológico, y de solidaridad si rascamos un poquito más. No obstante, si el tono de Piano era optimista, el de El motor y la melodía es desolador.


Reconozco que me parece chistoso que la sinopsis cuente absolutamente toda la historia, por lo mismo nos pone en una situación interesante porque causalmente –sí, de causa y efecto– invita al espectador a reparar en detalles, tempo narrativo y técnica de la obra por sobre su anunciado desenlace. Y es que ver una obra spoileada también nos puede liberar de ceñirnos a cuestiones argumentales que no siempre son las más interesantes de una película. Está bueno como ejercicio.


Sólo en este caso, reproduzco la sinopsis/trama/historia/spoiler tal cual para que nos sirva de posterior referencia: “Una hormiga trabajadora corta árboles en la Amazonía, hasta toparse con una chicharra capaz de hacer crecer la naturaleza con su música. Pronto, ambos insectos se hacen amigos.Sin embargo, un fuego inicia en la selva, y la pequeña chicharra corre a la ciudad de las hormigas a buscar ayuda. Nadie responde a sus reclamos, y una vez que la hormiga amistosa se entera que su amiga está en peligro, ya es muy tarde: el fuego ha consumido el bosque, y a la chicharra también. Al día siguiente, el valle se ha vuelto un desierto, y la Hormiga es incapaz de despertar a la naturaleza con la flauta de la Chicharra”.


Pues una cosa es leer el corto y otra cosa es verlo —y escucharlo, claro—, por si hacía falta resaltar tal perogrullada para los spoilerfóbicos. Pues más allá de los bien definidos trazos (2D y 3D), colores intensos de día y de noche, y enfáticos efectos especiales (FX), la melodía de flauta que la cigarra toca en armonía con la naturaleza es fundamental para el carácter amistoso de la primera parte del corto. Así mismo, los tambores que alarman el peligro del incendio forestal en las escenas más tensas del metraje. Y bueno, al final, los débiles silbidos de la triste hormiga con la flauta que la cigarra dejó tras su muerte en el incendio. Como en Piano por Alejandro Castañeda Rieckhof, la música compuesta por Daniel Martín Coba Paredes es preponderante expresivamente en El motor y la melodía.


Una placa al final de la película cuenta que El motor y la melodía fue realizada durante la pandemia entre artistas de Pucallpa, Puno, Tacna, Cusco, Lima y París. Cuántas manos distintas intervinieron y cuántos viajes hicieron los diseños de esta trágica historia de amistad entre hormiga y chicharra ambientalistas. Una buena mancha haciendo cine de animación de calidad en el Perú. Aprovecho y saludo al Festival Internacional de Animación Ajayu de Puno por su sostenida labor en la materia.


EL ÚLTIMO SEMESTRE de Roberto Flores


Los quince minutos iniciales de los veinte que dura El último semestre me provocaron un profundo hastío. Una dilatada contemplación blancoinegra, formalista y pasmada, de la cotidianidad del profesor Máximo Flores Espinoza en los días previos a su jubilación. Se le ve dictando clases, haciendo informes, revisando su cuenta bancaria, informándose por la tele —vaya oxímoron— sobre el Golpe de Estado de Manuel Merino, entretanto paulatinamente vamos advirtiendo detalles de huacos y otras piezas prehispánicas de colección en los muebles de su casa. No sería gratuito.


De repente en la grisácea sala de Máximo aparecen súbitamente sentados —en silencio, inmutables— dos personajes de la fiesta jaujina de los patronos de San Sebastián y San Fabián como invitándolo a salir de festejo. Entonces como bocanada de inmensa frescura —porque ya me estaba asfixiando en esa casa— nos trasladamos a la fiesta patronal a todo calor. Ahí el relato se rompe y entendemos más claramente la dialéctica que Roberto Flores plantea hacia el final como un llamado de la tierra que se concreta: Blancoinegro, contemplación: rutina; Color, brevedad: fiesta; Color, máscaras folklóricas: retiro, raíces andinas.


Relacionando las dos últimas obras de Flores exhibidas en este mismo festival, es interesante que el idioma original de El último semestre sea el inglés —Máximo dicta sus clases en ese idioma—, y que en el otro trabajo suyo Family origin —seleccionado en la competencia Experimentaleste y que comenté en el posteo anterior— el mismo director critique enfáticamente las vinculaciones de clase de la extranjería con el éxito por sobre la difícil condición de ser un peruano de ascendencia andina. Máximo es un hombre andino angloparlante y su propia condición genera tensiones discursivas en la obra de Flores. Consecuente y paradójico al mismo tiempo.


PUSSY TRASH de Angelo Masarina


Así sin más, Pussy Trash es una de las películas más estridentes y bizarras del cine peruano contemporáneo. Paradójicamente incómoda de ver y más aún de escuchar por tantos alaridos y chillidos, esta producción de un grupo de alumnos buenamente desadaptados de la privada UPC, dirigidos por Angelo Mesarina, se consagra al arrebato, al hueveo audaz y a la licencia libertina que el cine posibilita. Y no solamente a través de las interpretaciones desaforadas de Yamil Sacín como el lisiado Pussy Trash y de Christian Alden como El Abuelo abusivo y misántropo, que con sus acciones cargan la atmósfera sórdida del relato, sino que también formalmente por su coherente desaliño y austera artisticidad. Es al guerrazo la cosa.


Pussy y Abuelo viven recluidos en una gran pocilga de triplay y paredes sucias. Sus días transcurren viendo a los Looney Tunes en la tele y comiendo asquerosamente galletas de soda con leche de tarro. Buscando otro video del Pato Lucas para continuar con su relajo, entre la ruma de casettes de VHS y demás cachibaches tirados en el piso, hallan uno que data de 1992 cuando Pussy podía danzar grácilmente. Es así que volver a bailar pese a su invalidez será su obsesión en lo que queda del metraje.


Finalmente, el opresivo y balbuceante Abuelo destruye la cinta que estimulaba el anhelo de un Pussy que al no conseguir danzar de nuevo queda pasmado en su silla de ruedas mirando el efecto de ruido de su vieja tele analógica. Entonces, lo que insinuaba ser una comedia de lo absurdo, finaliza en desolación y desconsuelo. Entran los créditos con una canción titulada cachosamente “House of love” con subtítulos en castellano intervenidos, casi encriptados, como para dejar en claro que ningún detalle de la imagen en Pussy Trash queda desatendido por el loquerío de sus impetuosos realizadores.


Para mí es imposible desvincular esta película corta del recuerdo de Anastasha, de Antonio Fortunic de 1994: Reminiscencias de los noventas, una artista ficticia caída en desgracia y una cinta de VHS que resguarda el instante de su gloria. Y así el cine peruano más radical va extendiendo su aún escueta tradición paulatinamente.


NADIE de Jandir Gavidia


En un paciente plano secuencia de cuatro minutos se introduce al solitario personaje, el contexto donde se desarrolla la historia y las intenciones narrativas de Nadie: Fabio llega en bicicleta al pequeño puerto del norte de Lima donde se las arregla pescando con hilo. Cielo nublado, arena con basura, botes desparramados por la playa y mar ruidoso. Lo que pareciera ser la observación de una calmada rutina se trastoca con un sigiloso acecho de la cámara hacia Fabio y es así que levemente se rompe el código naturalista que hasta entonces amagaba el relato. ¿Quién se acerca? ¿Ese alguien, o algo, es una amenaza? Una vez sembrada la duda, el trabajo de suspenso está hecho.


Se trata de una amenaza, pero una invisible para nosotros, que se manifiesta desde el fuera de campo. Y, entonces, Fabio entra en pánico por aquello que se aproxima y que no podemos ver, huye despavorido lejos del puerto y posteriormente cae rendido en el bosque ante la acometida de aquella amenaza, aparentemente sobrenatural, que lo remata con un vozarrón —”Te ves exhausto”, exclama— que para mí termina sobrando. No obstante, me parece que el minimalista empleo del misterio, con el fuera de campo más los efectos y acordes de suspenso, es efectivo y nos entrega un correcto ejercicio de género donde sentimos e imaginamos más allá de lo que se nos muestra.


CORRESPONDENCIA #1. A ADRIANA CIUDAD WITZEL. LO QUE (NO) VEMOS, LAS QUE NOS MIRA de Isaac Ernesto Ruiz Velazco


Esta correspondencia, fechada el 3 de enero de este 2022, es tal cual la primera entrega de la epistolar La revolución del afecto que el mismo Isaac Ernesto teje conjuntamente con la pintora y artista visual Adriana Ciudad Witzel.


Filmada íntegramente en Súper 16mm de porosa textura, esta carta de Isaac Ernesto —con una voz entristecida y afectada que marca el tono de la narración— presenta a Adriana, y a los espectadores, una por una a las cuatro madres que lo han acompañado a lo largo de su vida: Adita, quien estudió economía en la desaparecida Unión Soviética antes de unirse a la guerrilla del MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru); Lala, hermana de su padre Isaac y coincidentemente la figura paterna del director a quien le proporcionó educación, techo y vestido durante su crianza; Toña, encargada de cuidarlo “más maternalmente” tras el exilio de sus padres; y María, madre biológica a quien conoció a los 13 años después de que ella saliera de la cárcel. Como la misma película lo pone de manifiesto, el vínculo visual más fuerte del director con su madre María radica en una foto de ella mirando fijamente a la cámara, como si atravesara el encuadre, mientras cuida a su recién nacido Isaac Ernesto. La fotografía que él guardó celosamente durante muchos años no mostraba el rostro de su madre hasta que ella misma le entregó una copia no mutilada de esa misma imagen como si de una revelación intemporal se tratara.


Mientras que Adita y María intervinieron activamente en la guerrilla, Lala y Toña asumieron los roles de crianza de Isaac Ernesto. Sin embargo, la intersección entre ellas cuatro no solamente se da a propósito de su hijo en común sino por las transversales consecuencias sociales y políticas que tiempos convulsos en el Perú pusieron en tensión. Un contexto donde la convivencia con el terror era cruzada y sus huellas, divisorias. Toda una generación de la guerra. Ellas más que él.


HACEDORES DE MEMORIAS de Luis Ramos Apaza


Volvamos al texto que hice del festival Render para encontrar unos párrafos al respecto de este modesto documental arequipeño.



John Campos Gómez / Andares Cine

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