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ESCRITOS

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Foto del escritorANDARES

ANTI ANTI

Actualizado: 12 jul 2022

Cualquiera que sea artista, de cualquier rubro, de cualquier disciplina, se ha enfrentado alguna vez, en los comienzos de su montaña, con la diferencia en el espesor del aire que hay entre los “artistas de convocatoria” y los “artistas invitados”. De ese choque surge la emoción, se siembra la energía para querer mejorar, para querer retarse, para escalar y disfrutar del soroche. Pasa en la música, pasa en el cine, en la performance, en la danza, en la literatura. Curioso es, en todo caso, que todo eso reúne la Antifil.



Para celebrar la inevitable relación que hay entre la música y la literatura, Rafo Ráez, artista invitado, por supuesto, tocó un poema de Carlos Oquendo de Amat. El autor puneño es, de alguna manera, “guadalupano” gracias a una beca del estado que ganó en 1917, mucho antes de que se creara la Asociación Guadalupana, un espacio para ex alumnxs guadalupanxs donde, ahora, no necesariamente ex alumnxs guadalupanxs se reúnen a escuchar de las bocas y manos de Rafo Ráez un poema tocado, entre otras situaciones que sólo alguien como Rafo puede crear.


Y así se pasaban los días en la Antifil: talleres, conciertos, conversatorios y proyecciones, estos últimos siendo los menos frecuentados de todas las actividades. Quizá la gente ya no quiere salir de su casa para ir a sentarse a otro lado, quizá la soledad que trae el ver una película en un cuarto oscuro es algo que muchxs quieren evitar, quizá las pantallas ya nos hastiaron. Lo que es notorio de las proyecciones es que son un suceso sin devolución. No como las performances o los recitales, donde sí hay un acto recíproco. En las proyecciones de cine, como sucede en la lectura, usualmente lo que como espectador se desea expresar de vuelta, se queda adentro, no como una carga pero sí como una conversación a solas. Ese espacio solitario se eleva a la quinta cuando se trata de cine más independiente. Por eso siempre me he sentido cómodo en esa habitación al lado de extrañxs, porque compartimos ese respeto por el silencio. Vemos una película como quien pela una fruta, parafraseando a Oquendo de Amat.


Como crítico me pareció justo revisar, sobre todo, a las obras de convocatoria, pues de los invitados La revolución y la tierra, El viaje de Javier Heraud, La Bronca y Videofilia (y otros síndromes virales) ya se ha hablado bastante. Revisar con el mayor cariño y esmero, a ver si así me libero de toda condescendencia rancia.


CUADRO DE BAMBÚ de Santiago Fierro (2021)

  • ¡Hola!

  • Hola (lo abraza)

  • A los años que no te veía

  • Sí, ¿vamos?

  • A ver, vamos.

Este es un extracto de la conversación que VÍctor, el protagonista, sostiene con uno de los pobladores. La situación es construida, parece, bajo la petición de ignorar a la cámara que tienen enfrente y que los sigue hasta perderse entre la maleza. Desde la dirección han sentido que es importante recrear ese encuentro entre poblador y protagonista, parecen haberlo visto necesario para concretar su narrativa. Y no estoy en contra de la creación de una narrativa, pero -contrario a lo que los profesores amantes de frasecitas y clichés nos quieren implantar en las clases de comunicación audiovisual - para hacer cine no sólo basta con querer contar algo. Para ser creador, para hacer arte, no solo se necesita ser un tecnócrata de las cámaras. Para crear, antes, hay un profundo cuestionamiento, una intensa reflexión. Que no necesariamente conlleva a la creación de un manifiesto o la inscripción de bases teóricas, pero sí a la consciente toma de una postura.


Así como sucedió con el gran cuestionamiento hacia la economía neoclásica y a su concepto base de “economía circular” que, hasta entonces, sólo tomaba en cuenta a los flujos entre empresas y hogares, pero dejaba fuera al espectro ambiental. Esta puesta en cuestión no fue poca cosa. Implicó fuertes debates contra los propios padres fundadores de lo que se entendía como el modo imperante en que se desarrollan los procesos económicos. Fueron convulsiones que pedían una reforma sustancial en los procesos de producción y en el modo de pensar detrás de ellos. La lucha crítica apuntalaba al hecho de que la economía neoclásica estaba prácticamente ignorando la termodinámica. En especial, a uno de sus principios fundamentales: la energía no se crea ni se destruye, se transforma; y eso causa un impacto ambiental. Los desechos, aunque ya no nos sirvan, no desaparecen, no se destruyen, sino que se alojan en un lugar que se ve afectado a gran escala. ¿Cómo es posible que tal rebeldía se haya quedado solo en la teoría y práctica económica, y no haya sucedido hazaña similar en el “cine ecológico”?


El problema puede ser justamente la solución: el dinero. Los fondos concursables son el pan de cada día, algunos duros, pasados, otros esponjosos, dulces y provechosos. Como estos últimos lo habrán sentido los integrantes de Dilo Corto, la productora de Cuadro de bambú. Por eso postularon al concurso “REConociendo la Innovación”, que les permitió coproducir el cortometraje con el Ministerio de la Producción -no con DAFO que es el panadero favorito, sino con una librería que los fines de semana, a veces, vende también pan; los domingos hay bastante demanda-.


Puede ser emocionante pensar que es posible acceder a fondos económicos para la creación audiovisual, de más si son entes estatales. Pero si se observa detenidamente las bases del concurso impulsado desde el Ministerio de la Producción, saltan las explicaciones al poco optimismo.


La convocatoria apuntaba a cofinanciar “minidocumentales que presenten logros y la relevancia de proyectos innovadores y emprendedores del país, con especial énfasis en el reconocimiento de las personas que estuvieron a cargo de los mismos”. De entrada proponen a lxs personajes que tienen que estar en el corto, pero, además, el fin: “con el objetivo de mejorar el conocimiento y la percepción de la sociedad sobre la importancia que tiene la innovación”. Esto suele ser común en las convocatorias de coproducción, pero lo interesante está en que los proyectos innovadores que el documental debe tratar, deben ser necesariamente proyectos ganadores de concursos anteriores impulsados por el mismo ente estatal.


¿Qué interés puede tener el Ministerio de la Producción en solicitar coproducir una obra que se enfoque en las personas encargadas de un proyecto innovador que ese mismo ente -el Ministerio de la Producción - ya ha premiado? ¿Será que el Ministerio de la Producción pide ayuda para hacer lo que naturalmente es parte de su trabajo: difundir los proyectos ecológicos e innovadores? Al final, un pesimista es un optimista que hizo demasiadas preguntas.


Volviendo a la obra las cosas no mejoran. El tema del personaje -o la forma en que fue planteado- es aún más problemático. Víctor es mostrado como el personaje que conoce. Conoce cómo podar el bambú, conoce qué pasa si no se hace bien, conoce qué cosas son comestibles, conoce si tienen proteínas o minerales. La escena cumbre de esta intención de emancipar al personaje que conoce -y así cumplir con las bases del concurso-, es cuando Víctor se “encuentra por sorpresa” con un trabajador talando bambú. Entonces comienza la avalancha del "tú no sabes, del yo te enseño, del así no es". Y es verdad, el trabajador no sabe las formas más óptimas para la extracción del material, pero en ningún momento se denuncia algún problema estructural o alguna institución que no está haciendo su trabajo o alguna propuesta de autoorganización en comunidad para la mejoría de las condiciones bajo las que viven. Nada. Cero. Pero sí: mira lo haces mal, tienes que hacerlo así; sí, pues, nadie te enseñó; qué pena. Callar es también tomar postura.


Además que esa parte de los encuentros, esa que ya se maneja de acuerdo a la creatividad del director y a su capacidad para dirigir a los actores y crear situaciones, tiene tan poca potencia, parece hecha por alguien sin ninguna motivación más que la de cumplir con los requerimientos del concurso. El resultado: un cortometraje hecho para ganar, que cumple con ítems, con reglas. Una obra mandada a hacer, una producción institucional, una publicidad.


En el cortometraje, el paisaje es fascinante por imponente, la iniciativa del bambú como recurso es necesaria y también alegra, el personaje es carismático, conocedor y por conocer, ¿pero la dirección? La dirección es el fondo económico.


¿EN QUÉ DÍA SALGO YO? de Jaime Enrique Prada


El Perú y sus instituciones nunca desaprovechan una oportunidad para pintarse como un país intolerante y orgulloso, moderno y de subjetividad aún colonizada. Por eso la policía, institución que alcanza niveles de devaluación con una rapidez que envidia nuestra moneda, ve natural y justo obligar a hacer sentadillas a las mujeres trans, forzarlas a decir “quiero ser un hombre”, abusar de su paciencia, pisotear su dignidad.



“¿En qué día salgo yo?” es la pregunta que titula al cortometraje documental que rescata las reflexiones y vivencias de lo sucedido durante el “Pico y Género”, medida ridícula que adoptó el gobierno peruano con su ombliguismo característico. Fueron ocho días los suficientes para evidenciar todos los problemas de género que acarrea nuestra sociedad. La polémica fue potente, pero, sobre todo, fue el propio desborde, como la aglomeración de mujeres en los mercados, el día que “les tocaba” salir, lo que obligó al ejecutivo a retirar la medida: ya era muy evidente que no estaban haciendo su trabajo hace años, y que la factura de los modos de pensar insulares, miopes, de las autoridades, era lo que hacía cuadrada a la rueda. La policía preguntando “¿qué dice acá?” mientras sujeta el DNI de una mujer trans, “tu nombre es de hombre” balbuceban algunas de sus neuronas. Un céntimo de criterio era mucho pedir. Pues ahí otra grieta se evidencia. Y es la que pone al DNI como recordatorio del no respeto, del no reconocimiento de la identidad de género, como carta aval para la discriminación.


Con estos sujetos rondando en las calles se pretendía que nos sintamos segurxs dejándolos solos con las mujeres de nuestras familias, como cuestiona uno de los testimonios del corto.

Con una institución como la Policía Nacional del Perú, la misma que no les acepta denuncias de violencia sexual, la misma que las maltrata, la misma que se burla de ellas, que las discrimina. Y así querían que estemos de acuerdo con esa medida…


El corto otorga espacio necesario para estas reflexiones. Además, resalta un recurso a lo largo de todo este: la repetición. Pero esa que no siempre es redundancia. Y, en este caso, se da que las imágenes -de abuso- grabadas por los propios policías o transeúntes, se repiten hasta distorsionarse casi en su totalidad, en el borde de lo incomprensible, y se mantiene ahí, justamente, para conservar su referencia con la realidad. Alargándose, crea un efecto de trance, el mismo en el que se encuentra la moral entumecida del Perú. Así, “¿En qué día salgo yo?” trasciende lo biográfico, lo testimonial, y se convierte en un calco crítico de la psique opresora y peligrosa.


DETRÁS DEL MURO, de Elibén Oré y María Pía Ramírez (2021)


Es un documental observacional de corte mucho más contemporáneo, pues propone una edición que construye narrativas a punta de juego, de experimentación. Y donde las autoras no intervienen con los sujetos que aparecen, sino que se quedan siempre detrás del muro. Sin dejarse ver, permitiéndose imaginar, observar y registrar. Creando historias, como niñas tímidas reducidas por miedo escénico o por una ligera pulsación misantrópica. Condiciones que usualmente se resguardan en mucha actividad creativa.


Cuando hay gusto por la experiencia visual, hay también rechazo a los lugares comunes, pues pocas veces sucede que se puede ver algo que muestra cómo se ve el mundo desde su punto de vista, de manera auténtica, real, manteniéndose en sus trece, como esta vez he sentido con Detrás del muro.


Aquí no hay una historia concreta, pero sí una narrativa construida por la edición y los saltos en el tiempo. Las contradicciones que se generan, las resignificaciones que se construyen en los propios espacios del barrio, donde una cancha de fútbol se transforma en bar; una esquina, en una sala; un lugar lleno de familias con niños correteando sobre bicicletas, en un encuentro semanal de cuatro amigos acosando una botella.


Por ese lado, Detrás del muro es también la prueba de que se puede prescindir completamente de “contar algo” a como dé lugar. Mejor es observar detenidamente la realidad, siempre hay historias ahí, cercanas y difíciles de ver, pues no será como escoger una serie en Netflix con tráiler incluido para satisfacer cualquier tentativa de ansiedad. Lo que requiere esta observación -proceso creativo por el que optaron las directoras- es detenida paciencia, ese gran lujo de la era digital.


Marco Zapata / Andares Cine

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